Hace unas semanas los estudiantes del Doble Grado realizamos una visita a la capital, me refiero a Madrid, donde visitamos el Congreso de los Diputados. Fuimos guiados a lo largo de las amplias salas del edificio. Sin embargo, un dato que había huido de mi mente en esos momentos reaparecería para sorprenderme más adelante. Me refiero al golpe de estado que tuvo lugar en 1981 a manos de Antonio Tejero, que terminó con numerosos agujeros en el techo de la sala del congreso.
Al estar en aquella habitación me era imposible dejar de buscar las secuelas del 23F, a la vez que se reproducían en mi subconsciente las imágenes del famoso golpe. Lo mismo le ocurría al resto de presentes. Los diputados te lo presentaban como un juego, “Encuentra los treinta disparos de Tejero”. Se contabilizan 35 en total, según el periódico 20 minutos. Algunos se veían a simple vista, otros eran imposible de detectar desde nuestra posición.
Si había algo en lo que coincidían los diputados, incluso los de diferente partido, es en que los disparos sirven como un recordatorio de lo que le ha costado a este país tener democracia. Mi padre recuerda que “estaba en casa, de fondo se escuchaba la radio que estaba oyendo mi madre. Cuando de repente se escuchó un estampido, seguido de un grito: ¡Quieto todo el mundo!» El silencio que se produjo en la casa en ese instante fue casi cortante, el mismo que para mi al escuchar el testimonio de mi padre.
Javier Estupiñán Casimiro. Estudiante Doble Grado Periodismo y Comunicación Audiovisual.